domingo, 19 de abril de 2009

Recuerdos lejanos.

Por los años 40 y 50, era habitual en muchos pueblos el “trueque” de productos, y así judías secas se cambiaban por aceite, patatas por vino, etc. También había otros muchos servicios que se pagaban con jornales. Muchas obras se hacían entre todos los vecinos; era lo que se llamaba “ir de vecinal”. La mano de obra pagaba otras prestaciones. En definitiva, el dinero corría poco.

Cuando se iba a las ferias de ganado, se pagaba a “toca teja”. En la faja se escondía la caja fuerte. La mercancía la veías y se cerraba la operación.

Podría haber picaresca, regateos, etc., pero no existían contratos, ni escritos, ni firmados y los malos entendidos eran escasos. La palabra, era la palabra. Dar la conformidad dos personas con un apretón de manos, tenía tanto valor como hoy la firma ante el notario.

En otros aspectos y en épocas mucho más recientes, recuerdo que el coche de línea (entonces no se le llamaba autobús), tenía chofer y cobrador. Éste, además de cobrarte el billete y pagar según el trayecto a recorrer, se hacía cargo de las maletas y bultos, que tendría que cargar en la baca del coche, que a veces se compartía con viajeros sentados sobre unos bancos de madera.

En el tranvía, en cada coche iba su cobrador.

El viaje por ferrocarril era entretenido, sobre todo cuando viajabas en los trenes correo. Paraban en todas las estaciones, donde salía el Jefe de Estación con su gorra y su bandera. También paraba en los llamados apeaderos, donde no existía Jefe de Estación.

La contribución había que ir a pagarla al Ayuntamiento el día que pregonaban que venía el recaudador, pero también te iban a casa a cobrar el recibo de la luz y supongo que el del teléfono el que lo tuviese.

Los padres y la sociedad en general, te estimulaba dentro de las posibilidades de cada uno al ahorro. Con los ahorros, te abrías una libreta en el Banco o Caja. Por tener esas perrillas allí te daban un interés, y el Banco prestaba ese dinero a otros que tenían y/o hacían negocios más grandes. Esos ahorrillos venían bien para cuando los necesitases: para la entrada del piso, para casarse, para pagar al médico, para cuando ya no trabajabas, para dejárselo a los hijos y otros a lo mejor para enterrarse. En definitiva, entre muchos pocos, se hacía un mucho y el Banco gestionaba tus ahorros.

Hasta no hace mucho, cada semana, quincena o mes, según se cobrase, los trabajadores recibíamos en mano el sobre y tras abrirlo y contarlo, hasta te ponías contento y pensabas: con esto habrá que pasar y tendría que quedar algo.

Sin duda, eras consciente de que el brazo no lo podías estirar más que la manga. No hablemos de otros temas como el de la educación, donde en la Enciclopedia más simple había un tratado de Urbanidad y había una Reválida en Cuarto de Bachiller, otra en Sexto y un Curso Preuniver-sitario.

Así podríamos seguir narrando, para muchos historias y para otros recuerdos. Todo esto era antes. No era una época idílica a la que desearíamos volver, pero sí que parecía que algunas cosas tenían un cierto sentido común. Pero ¿qué pasa ahora............? En el próximo artículo hablaremos algo de ello.

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