(Escrito el 3 de septiembre de 1999)
Los que tenían ganado
ayudaban a soltar,
y por la tarde al llegar
ayudaban a encerrar.
Y los jueves por la tarde
o muchos días igual,
al terminarse la escuela
se iban con el pastor
a ayudarle a apajentar;
a correr alguna marguin
o corros pequeños que hay
y entre él, el perro y tú,
evitarías el mal
de que entrasen en los trigos
o en los huertos que allí hay.
Otros irían por agua,
o los machos abrevar,
o sino alguna yegua
se tendría que cuidar;
la mayor parte los días
no te dejaban parar.
Cuando ibas a las casas:
¡buenas tardes, que aproveche!
este era el saludo,
y nadie tenía bula,
y si esto no decías
enseguida te soltaban:
¡así llegan los borricos,
por la mañana a la dula!
Por la noche al cenar
casi siempre en la cadiera,
en la mesica pequeña,
pues es fácil que en la grande
un sitio tú no tuvieras;
y cuando era invierno
y llovía o nevaba
te ibas pronto a la cama,
para que hubiese más sitio
junto al fuego con la llama.
Los que venían del campo
mojados o con buen frío,
no podían comprender
que en su sitio hubiese un crío.
Para merendar el pan
con azúcar o con vino,
a veces con chocolate,
que acababas de un bocau,
el apetito era fino.
Tras la merienda a buscar
los hierros, las herraduras,
que luego nos cambiarían
por naranjas, mandarinas,
a veces algo maduras.
Próximo tema: “Lo que ha cambiado ser crío” ( fin)
sábado, 14 de mayo de 2011
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